En El Viajero del Siglo de Andrés Neuman hay un
fragmento precioso sobre la necesidad de leer y
la permanencia de la escritura que en su momento me hizo reflexionar y
que me gustaría compartir con ustedes.
"¿Y
para qué tengo que leer? Protestaba Thomas apretando los codos sobre el libro.
Para todo, le decía Hans, para cualquier cosa que quieras hacer. Yo no quiero
hacer nada, contestaba el niño. Pues para eso, sonreía Hans, para vivir sin
hacer nada, te hará falta saber todavía mucho más. Hay sólo tres maneras,
Thomas, de aprender cosas: lo que te pase, lo que escuches y lo que leas. Pero
como a los niños no les dejan hacer casi nada ni les permiten escuchar las
conversaciones de los mayores, la única manera que te queda, la única, es
ponerte a leer, ¿me explico o no? Bueno,
dudaba Thomas, ¿pero y escribir?, ¿escribir para qué? Hans contestaba
divertido: Para hacer como las momias. ¿Las momias?, se extrañaba el niño, ¿qué
momias? En el antiguo Egipto, le contaba Hans…. escribían los nombre de los
reyes muertos, porque sabían que una palabra escrita dura más que las estatuas,
los edificios y hasta las momias."
Nos guste
o no pasamos una buena parte de nuestra vida leyendo. Leemos anuncios,
instrucciones, comunicados, memos; leemos chistes, historias y cuentos; leemos
mensajes de texto, emails y memes. Estamos rodeados de todo tipo de libros:
autoayuda, historia, novelas y religión. Incluso las redes sociales nos fuerzan
a leer: nombres, notificaciones, hashtags, actualizaciones, estados, etc.
Pero lo
que define la diferencia de nuestro día a día, es el tiempo que decidimos
emplear leyendo y lo que nos disponemos a leer. Puedes decidir que quieres ser
el rey de las redes sociales y emplear tu día leyendo y posteando online. O
quizás prefieras la interacción móvil y chatear todo el día desde tu celular.
Puede ser que escojas leer sobre vampiros o sobre mitología griega, sobre
romances o historias biográficas, sobre negocios o religión; de cualquier
forma, lo que lees constantemente se queda en tu cabeza, y lo que guardamos en
nuestra cabeza, con el tiempo llega al corazón. Desde ahí, es sólo un paso para
que alcance a los que te rodean.
"...una
palabra escrita dura más que las estatuas, los edificios y hasta las
momias." ¡Qué responsabilidad! Y qué verdad más grande. Como dijo Cicerón,
"Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla".
Desde que surge la escritura, la humanidad ha intentado dejar su huella en la
historia. Por eso la estudiamos, para aprender y mejorar, y también para
aprender y replicar.
Me
imagino a la humanidad como un generador de contenido gigantesco, que a veces
produce genialidades y otras veces, no es capaz de crear algo más que una lista
de supermercado. Queramos o no, generamos contenido todos los
días. Puede ser un informe de trabajo, una presentación, una nota de
despedida o una tarjeta de cumpleaños. Incluso puede ser un sencillo mensaje de
texto, un blog o una publicación en Facebook. En fin, escribimos para que otros
lean, incluso si ese otro somos nosotros mismos, como cuando escribimos un
poema privado o hacemos una entrada en nuestro diario.
La
palabra escrita tiene poder, un poder que todos tenemos en nuestras manos y que
podemos usar para levantar algo o a alguien,
para destruir o para nada.
Entonces,
¿para qué leo? Para soñar, para vivir y para aprender. ¿Y para que escribo?
Para comunicarme contigo.
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