Los recorridos previos la habían
preparado para el presente. Sabía exactamente dónde podía esconderse, en qué
parte del camino cobijarse de los elementos y lo más importante, hacia dónde
quedaba el mar.
El mar. ¿Cómo pueden tres letras
esconder tanto? El mar representaba para ella tantas cosas. Al pensar en ese
organismo de agua, arena y seres vivos se le venían a la mente un sinfín de
imágenes, ideas y recuerdos. Algunos la hacían feliz y otros la atormentaban.
El mar era el lugar donde se entrecruzaba su vida con sus sueños. Y ahora, tal
parecía que también se convertiría en el lugar en el que se decidiría su
destino.
Así que siguió avanzando por un
camino que ya conocía, en espera de un destino incierto, pero con la convicción
de que, si lograba alcanzar su objetivo, encontraría en ese mar una oportunidad
de escape. Le dedicó todas sus fuerzas, todo su ahínco a volver realidad esas
tres letras que significaban tanto.
Después de un largo camino, al
llegar al final de la senda que conducía a la playa, divisó a lo lejos el bote
en el que había depositado todas las esperanzas. Aún a la distancia en que se
encontraba, su instinto le dijo que su encrucijada aún no terminaba, que ese
bote no era el oasis de sus sueños.
Así que esperó. ¿Cuánto tiempo
llevaba congelada entre palmeras y matorrales? No tenía idea, pero las piernas
y los brazos estaban entumecidos. Se sentía deshidratada y débil. No sabía muy
bien qué estaba esperando, pero su experiencia le decía que algo no estaba
bien, el bote no se encontraba en el lugar exacto que se había pactado, la
bandera no estaba izada de la forma acordada y Juan, el querido Juan no había
dejado su boina roja sobre la arena. Ésta era la señal pactada, inequívoca para
ambos. Un poco tonta en realidad, se dijo. ¿Y si Juan olvidó lo de la boina y
te espera dentro con una cena caliente mientras tú te congelas por gusto? ¿Y si
tardan en encontrarse por tu culpa y tus perseguidores los alcanzan? ¿Estás
dispuesta a correr esos riesgos?
Su respuesta fue salir corriendo
de entre las palmeras hacia el bote, hacia la luz que se divisaba en las
ventanas y el ruido de personas conversando. Hacia Juan. Abrió la puerta de
súbito, pensando únicamente en lo feliz que estaría Juan de verla y en lo mucho
que disfrutarían el resto de sus vidas juntos.
- ¡Mamá!
- ¿Te encuentras bien?
- Estábamos preocupados.
Cuatro rostros extraños la
observaron. Tres con expresiones de preocupación, uno con mirada severa y
rígida. Los primeros tres, los preocupados la tocaban y trataban de abrazarla.
¿Dónde estaba Juan? ¿La habían alcanzado los perseguidores? ¿Qué estaba
sucediendo? De repente, se hizo el silencio en la habitación del barco y ella
se dio cuenta que había hablado en voz alta.
- Mamá, Papá se ha ido, pero nosotros estamos
aquí.
- Sí, y te queremos.
- Te hemos estado buscando desde que dejaste el
hospital. Hemos estado muy preocupados.
- Estamos muy contentos que hayas venido al bote,
pensamos que vendrías a buscarnos aquí.
- ¿Quieres comer algo? ¿Qué te gustaría? Compré de
lo que más te gusta, sólo dime.
Todo era tan confuso. ¿Quiénes
eran ellos? Y el cuarto extraño, ¿qué hacía ahí? ¿Por qué no hablaba? Creía
reconocerlo, pero no lograba recordarlo, por más que lo intentara. Juan, ella
quería a Juan, necesitaba a Juan.
La mujer joven y extraña no
dejaba de hablarle con dulzura, como si la conociera, y los otros dos extraños
intentaban consolarla, pero ella no necesitaba consolación. Sólo necesitaba a
Juan. Y Juan no se encontraba ahí.
FIN.
Espero que les guste, es el primero de mis cuentos que comparto en el blog.
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