El cuento El Puente Roto de Josefina Aldecoa entreteje las experiencias infantiles de los tres protagonistas, Maruja, Salvador y Sofi, dejando en evidencia la tensión social y desasosiego político que ocurrían en el pueblo y en el resto de España durante los años 30. Asimismo, muestra la evolución de un pueblo donde todos vivían en conjunto, pero en diferentes estratos sociales hacia un pueblo dividido y en discordante, haciendo eco de la división de España en el inicio de la Guerra Civil.
Está ambientado en 1934, año en que se desarrolla la
Revolución de Octubre y se divide en tres secciones temporales, “Carnaval, 1934”, “Corpus, 1934” y “Octubre, 1934”, todas narradas desde
la óptica de los niños que protagonizan el relato. Esta división temporal
presenta un continuo que alcanza el clímax con la explosión del puente, símbolo
de la huelga y del comienzo del conflicto bélico.
En la primera sección, “Carnaval, 1934”, el entorno se
describe como frío mientras Salvador espera a su hermano Baldo y como un
“pueblo negro” y con “tierra negruzca” (Aldecoa, 2000, pg.107,108) en su plaza.
Incluso el día del carnaval se describe un ambiente depresivo: “El pueblo,
penetrado de una luz débil y triste, era un hosco regazo para la tarde de
Carnaval” (Aldecoa, 2000, pg.117). La
mención de las viudas que toman el puente por el que pasan Salvador y Baldo
aporta un sentimiento lúgubre y triste al inicio del cuento y en las
descripciones iniciales del pueblo se recalca la división entre el barrio alto
y el barrio bajo, dejando en claro la diferencia en posición social y trabajos
realizados.
En las interacciones que los niños mantienen con sus
familias se percibe la discrepancia en el nivel social y en las posiciones
políticas que cada familia mantiene. Doña Sofía, esposa del tendero, les compra
a sus hijas ropa nueva, hermosa y brillante, principalmente el vestido de Sofi,
lo cual hace un fuerte contraste con la negrura del pueblo , con los mantos
negros que las mujeres usan el día del carnaval y con la pobreza de la familia
de Salvador, hijo de un minero, cuyo hermano no pudo traerle nada de su viaje
(a diferencia de Doña Sofía) y cuya familia evalúa la necesidad de no asistir
al carnaval porque es necesario arreglar un pesebre roto. Incluso en el caso de
Maruja, que es amiga de Sofi e hija del médico del pueblo, se identifica la
diferencia en nivel económico por su frustración al no poder tener un traje de
disfraces como el de su amiga y sus hermanas y por no ir al baile de disfraces.
De esta forma, la vestimenta que cada niño lleva es una suerte de espejo del
nivel social y económico de sus padres:
Salvador está vestido igual que siempre, Maruja cuenta con unos lindos
pompones, pero no puede permitirse un disfraz y Sofi lleva un bello disfraz
bordado en oro.
La noche del Carnaval, cuando Sofi y su prima son
molestadas por los mineros disfrazados, queda al descubierto las distintas
líneas de pensamiento del pueblo. Hay personas que expresan miedo de represión
del gobierno por medio de la Guardia Civil, otros que aseguran que esos entes
están para servir al pueblo no para atacarlo, otros se muestran indignados por
la belleza y obvio costo de la indumentaria de las niñas y únicamente Maruja
muestra incredulidad y asombro ante el fastidio y odio mostrado por las
personas del pueblo e incluso por Salvador. Lo curioso es que Salvador, que
pertenece al estrato social y político de los mineros debido al oficio de su
padre y de su hermano mayor, sí comprende y comparte el sentimiento de
indignación de sus vecinos.
En la segunda sección, “Corpus, 1934”, se describe a
detalle la vida sencilla que comparten Salvador y Maruja en el campo,
recogiendo flores, tomando agua del río y ayudando a su familia. Es casi como
el preludio tranquilo de la tormenta, principalmente la libertad con que cuenta
Salvador, quién puede salir y bañarse en el río sin preocuparse de los
regaños de sus padres. Esto contrasta con las restricciones de Sofi, cuya madre
no le permite salir a jugar con Salvador, pero sí con Maruja y la madre de
ésta. Maruja identifica la soledad y vida restrictiva de su amiga: “Tiene el
pelo rubio y vive allá arriba, pero no lo pasa tan bien como yo. No la dejan
hacer nada de lo que le gusta y se aburre con los juguetes en aquel cuarto de
la plaza” (Aldecoa, 2000, pg.137).
Es evidente el resentimiento del pueblo hacia los
ricos en las acciones de Salvador, cuando muestra aprobación y alegría por lo
que le sucedió a Sofi y a su prima en la plaza. A pesar de ser un niño, ve
reflejado en Sofi el trato injusto que el tendero hace a los mineros y
encuentra cierto tipo de compensación en la angustia de la niña al ser
incomodada y burlada por las personas disfrazadas.
También se muestra una diferencia de índole religiosa
entre las familias. Mientras que Florentino, padre de Salvador, se reúsa a
permitir que su esposa vaya a misa por motivo políticos y sociales (su dignidad
y orgullo no permiten la cercanía con la familia de Don Lucio, que explota a
los mineros), Don Lucio y Doña Sofía asisten a la misa con todas sus hijas. A
pesar de eso, Don Lucio y Doña Sofía no son felices ni son una pareja unida,
mientras que Doña Lupe y Don Luis, el médico y su esposa, duermen juntos y se
apoyan y Matilde, la esposa de Florentino, le obedece y quiere lo suficiente
como para haber dejado su pueblo para vivir en el de su esposo. Es decir, la
religiosidad y estabilidad económica no determina la felicidad ni el amor en el
mundo del cuento.
En la última sección “Octubre, 1934”, se vive la
explosión del puente, del conflicto, a través de los ojos de Maruja, que está
feliz con su padre cuando el miedo, la angustia y la incredulidad se apoderan
de ella al ser testigo de la rotura del puente por los explosivos. Maruja se
asombra al llegar al pueblo y encontrar silencio, calma y un presentimiento de
peligro. En palabras de Don Luis, padre de Maruja: “No durará mucho el
silencio” (Aldecoa, 2000, pg.150), lo que junto con la explosión del puente
marca el inicio previsto de la huelga.
Poco a poco, el temor promueve la evolución de la
situación de los personajes. Doña Sofía deja el pueblo acompañada de sus 3
hijas, Matilde se va junto con Salvador y describe a su esposo y a su hijo
Baldo como “perdidos” (se sobreentiende que como resultado de la huelga), y
Maruja, a pesar de quedarse en el pueblo, enfrenta la soledad de quedarse sin
sus amigos y en un lugar plagado por la incertidumbre.
Bibliografía
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